Nostalgia

<p>El verano es dado a la nostalgia, como el otoño nos inclina a la tristeza reflexiva, el invierno a la desesperación aguda y la primavera a la depresión sorda. <b>Se acentuará aún más este año,</b> en el que el número de turistas de interior (los datos hablan de que un porcentaje altísimo de pueblos han recibido visitantes este verano) enmascara el regreso a la casa del abuelo, del tío, de la familia, a la que el año pasado se arregló la grifería, el patio o el techo, y que <b>permite equilibrar el despoblamiento</b> que durante décadas ha hecho el el 30% del territorio soporte el 90% de la población.</p><p><b>La nostalgia acecha</b> frente al salero de los ochenta, los vasos de nocilla del chinero, las mesillas junto a las mesas gemelas y las lámparas con tulipa de tela que se bambolean en el techo, polvorientas, cuando se encienden. Los niños construyen atónitos recuerdos cuando ven la Nancy (y no la Barbie), los adultos los recuperan y, con la implacable necesidad de sobrevivir a la realidad, aparcan aquello que hoy sería intolerable y <b>rescatan las palabras que ya los padres y los abuelos dijeron, entonces sí que se vivía mejor</b>, con menos lo tenemos todo, estos tomates sí que saben, aquí ponemos unas gallinas y vivimos como Dios.</p><p>La nostalgia es un virus lento pero letal, paralizante, que afecta lo cognitivo y la capacidad de análisis, que nos vuelve manipulables, sumisos, blanditos. <b>Rentable solo para los poetas y los conservadores</b>, solo los más privilegiados se la pueden permitir: ceder ante la nostalgia no es, en realidad, otra veleidad más de quien se cree clase media y proviene de una casita con alberca, de los sacrificios familiares, de quien pudo estudiar gracias a la pensión de la abuela. Y si no, olviden sus recuerdos y consulten la hemeroteca ahora que tenemos tiempo, revisen la prensa local, rescaten los programas de la época y <b>huyan, mientras puedan, del pasado.</b></p>