Lo que tiene que aprender Mediaset de Arguiñano

<p><b>¿Qué está pasando en Telecinco? </b>De ser la cadena líder, con una fidelidad afianzada en las rutinas del espectador, a obtener mínimos de audiencia que sitúan al canal en tercera posición en julio, con sólo un 9,3% de share, por detrás de Antena 3 (12,9%) y La 1 (9,9%). El cambio de tendencia empezó con la pérdida de <b><i>Pasapalabra</i></b>, acrecentado con el desgaste de la fórmula del <i>reality show</i> en una sociedad que ya ha tenido suficiente con su propio confinamiento y, ahora, la puntilla la ha dado la cancelación de <i><b>Sálvame</b></i>, contrapunto dinamizador de Mediaset a través de la espontaneidad de personajes asentados en el imaginario colectivo.</p><p>La nueva Telecinco se quiere poner elegante. Más <i>chic</i>. Quizá hasta quiere ser más de barrio de gente de bien. De hecho, los renovados personajes de la cadena aparentan refinamiento. Aunque luego despanzurren vidas ajenas en directo. Justo en el instante que era más evidente que el canal necesitaba más pluralidad de miradas da la sensación de que todo se está homogeneizando a esa misma entonación: el magacín paternalista. <b>¿Qué debe hacer Mediaset para frenar la hecatombe? </b>Quizá el mejor atajo es aprender directamente de las recetas de<b> Karlos Arguiñano</b>. Sí, del cocinero. No obstante, él lleva cuatro décadas liderando en televisión en todos los grandes canales. Algo sabe de recetas, culinarias, y de <b>la receta de la televisión de éxito en España, que no se guisa igual que la italiana</b>. Somos más diferentes de lo que creemos.</p><p>Para empezar, Arguiñano no propone menús sofisticados de esos que se rematan con<b> nitrógeno líquido</b>. Su programa es un homenaje a los manjares de cuchara grande que pasan de abuelos a nietos. Son fáciles, no requieren aparatos raros y todos podemos hacerlos desde casa. Y los haces, y te quedan parecidos a la foto final del programa. Eso es la tele, al fin y al cabo, <b>la congregación de sentir que te representa y no te engaña</b>. Sea en una receta, sea en un magacín o sea en un varietés.</p><p>Pero es que, además, <b>Arguiñano hace partícipe al público de su cotidianidad mientras cocina</b>.<b> </b>Está comprometido con la sociedad, se moja en lo relevante y en lo anecdótico. Aunque no estés de acuerdo con algunas de sus afirmaciones, empatizas con él. Porque <b>no comunica desde un púlpito, al contrario, conversa desde la honestidad a fuego lento. </b>Así anima una fidelidad diaria con su show para aprender de sus recetas, pues los formatos que aportan ideas útiles siempre son un aliciente, pero, sobre todo, porque<b> hace compañía desde la naturalidad que cree en la inteligencia del espectador</b>. Masa madre de la televisión que trasciende. </p><p>Arguiñano lo mismo canta, que saca una marioneta, que muestra un vídeo que ha grabado él mismo por las calles de Zarauz, que te presenta a sus gallinas, que reconoce aquello que le duele. Es la propia espontaneidad de la vida desde una cocina que es un<b> decorado teatral que no transmite mentira</b>: los muebles son de verdad y cada uno tiene una utilidad, ya sea para guardar las cazuelas o la vajilla. O un recuerdo de Canarias. Una cocina con la profundidad suficiente para que la vista de la audiencia no se sienta encerrada en un espacio monótono.</p><p>La cocina de Arguiñano no tiene gigantes pantallas de <i>leds</i> llenas de imágenes de colores ni siquiera un techo muy alto. Está instalada dentro de un caserío. Sin embargo, sus muebles blancos dan espaciosidad y <b>el <i>set </i>está tan bien iluminado que proyecta la amplitud de la serenidad</b>. En los nuevos programas de Telecinco, ‘<i>Así es la vida</i>’ y ‘<i>La última noche</i>’, las escenografías son muy amplias con muchas pantallas y espacio, en cambio, no transmiten esa sensación de lugar que apetece estar.<b> Su mala luz paradójicamente proyecta una particular sensación triste frialdad. </b></p><p>Karlos Arguiñano no busca hablar fino, tampoco ser el mejor <i>chef </i>de la tele o un aplaudido líder de opinión. Él no quiere calentar nada más que a la sartén. Pero sí está orgulloso de ser un vecino cómplice, que está en la calle. Y demuestra saber cómo es la calle hoy y reivindica su autenticidad. <b>Si no hay gente real en los programas, la gente se va.</b> Y Arguiñano es reconocible verdad. Así, aunque lleve cuatro décadas ejerciendo el mismo oficio, ningún programa suyo es igual. Porque ningún día es igual cuando eres generoso alimentando, celebrando y compartiendo <b>la</b> <b>alegría de la incesante curiosidad de andar por casa</b>. O, en este caso, de andar en la cocina, centro de tantas casas de España. </p>