El joven Anthony no fue un niño feliz. Afectado por la dislexia y un principio de Asperger, Hopkins solía distraerse en las clases: sentado en el fondo del aula, no era capaz de seguir las lecciones de los profesores y, ensimismado, volvía su mirada hacia las humeantes fábricas de Port Talbot, la ciudad galesa en la que se había criado y de la que puede que nunca llegase a salir. Pero Richard Burton lo consiguió. Así que él también tenía una oportunidad.
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