Recuerdo que uno de los regalos que más ilusión me hizo cuando era pequeña fue un carrito de la compra, de tela, pequeño, de mi tamaño, prácticamente igual al que llevaba mi madre cada mañana para hacer la compra. Durante un año y medio, cada mañana yo la acompañaba en ese recorrido hasta el mercado más cercano a nuestra casa. Iba con ella a los puestos, al de verdura, a la pescadería, a la carnicería, y hacíamos la compra para una familia numerosa, 6. Mis hermanos ya estaban en el cole, a mí me quedaba un curso entero para poder empezar el colegio así que era ese ratito de la mañana en el que podía disfrutar de mi madre para mí sola. Y claro, intentaba imitarla en todo lo que hacía. Supongo que debí de insistir muchas mañanas en querer llevar yo ese enorme carro, tirar de él cuando realmente apenas levantaba del suelo, y el carro me superaba en altura. Pero era, y sigo siendo, muy cabezota y estoy convencida de que me empeñaba en que podía con ello, aunque me costara andar por la acera.
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