Nos la cuelan por la escuadra

Hubo un tiempo en que el fútbol me gustaba. Incluso llegué a ir con mi padre a ver a los jugadores en persona y recuerdo la emoción de ver sus caras en vivo, de los sentimientos que mueve la victoria de un partido, de la alegría o la tristeza que puede llegar a provocar, y eso no es fácil. Pero de aquellos tiempos a ahora, la cosa ha cambiado, y mucho. No solo en lo que ha evolucionado la industria futbolística, más bien, en lo que ha involucionado. Y no me refiero a las catetadas de los futbolistas, los peinados insufribles, los Ferraris horteras, las zapatillas fosforitas o las declaraciones vacías, que eso es inmutable, me refiero a lo realmente importante.

Pero de verdad, reflexionen, que la emoción no empañe la verdad

Un futbolista anuncia que es homosexual en el siglo XXI y se convierte en una noticia insólita, porque lejos de ser un tema superado, el fútbol, además, vive en su propio metaverso homófobo. Me refiero a cuando las futbolistas mujeres ganadoras de la Supercopa se tuvieron que entregar las medallas a sí mismas, en una especie de bufet libre machistoide. Hablo de los múltiples escándalos de evasión de impuestos de jugadores varios o la última presunta compra de árbitros en el Barcelona, me refiero a la celebración de mundiales en países que no respetan los derechos humanos y que luego desembocan en escándalos de corrupción como el Qatargate. Les hablo de los insultos racistas en distintos campos que siguen vigentes o a casos como el del futbolista Dani Alves.

Asumo que este artículo será tremendamente impopular, se me acusará de snob o se dirá que esto pasa en otros sectores. Pero de verdad, reflexionen, que la emoción no empañe la verdad, porque entonces nos seguirán colando goles y aquí no gana nadie, perdemos todos.