Unos años atrás todos nos sentimos reconfortados viendo cómo unos jóvenes intrépidos que respondían a la memoria del héroe nacional Augusto César Sandino habían ‘destronado’ a Anastasio Somoza, el último dictador de la ‘dinastía’ que se había adueñado y perpetuado ante la historia como un dictador soberbio, corrupto hasta las trancas y criminal en el ejercicio de una de las dictaduras más sádicas de Latinoamérica.
Entonces surgieron al primer plano de la popularidad varios nombres como Edén Pastora o Daniel Ortega, convertidos en las mejores promesas de la libertad y la democracia tan ansiadas en el continente. Entre todos, Ortega destacaba como el líder carismático en el que todo el mundo confiaba que convertiría a Nicaragua en el paraíso caribeño soñado por los turistas y admirado por los extranjeros que aún sufrían la dureza de una dictadura.
Pero los sueños en política duran poco y después de romper con la mayor parte de los suyos, cuando Ortega llegó a través de las urnas a la Presidencia de la república, compartiéndola con su mujer, Rosario Murillo -que desde el principio reveló querer ser algo más que primera dama al uso-, la libertad comenzó a ser molesta al poder recién adquirido y las promesas de democratización se vinieron abajo como si se tratase de un castillo de naipes.
El odio a la memoria de Somoza, que ya había pagado sus deudas sanguinarias en una carretera de Paraguay, donde fue asesinado, se convirtió en el modelo a imitar. Mejorado, es decir empeorado, comenzó a imponerse con conatos de represión que enseguida se convirtieron en encarcelamientos, torturas y muertes entre quienes osaban expresar su disconformidad. Los presos políticos se multiplicaban por centenares.
Estos días pasados 222 fueron excarcelados, pero expulsados del país privándoles de la nacionalidad, que es propiedad exclusiva de cada uno, y desterrados a su suerte a los Estados Unidos, donde Ortega ya es considerado como uno de los dictadorzuelos más sádicos que quedan dispersos por el mundo. El Gobierno español, que no olvida que los nicaragüenses son hispanos, ha reaccionado de manera admirable.
En Nicaragua, como en otros países vecinos, muchos consideran a España como la madre patria, algo que por el contrario otros rechazan. Pero esa es otra cuestión que ahora se desmiente. Estos días España se ha comportado como esa madre que siempre protege a sus hijos. En un gesto sin precedentes, el Gobierno ha ofrecido a los 222 desterrados de su país no solo acogida, también compartir nuestra nacionalidad con todos los derechos. Bienvenidos, compatriotas: españoles y libres.
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