Ha pasado una semana desde que Pedro Sánchez y Emmanuel Macron celebraron la cumbre hispano-francesa en Barcelona; desde que el presidente de la Generalitat se hizo la foto oficial, mientras el líder de su partido se manifestaba en la calle contra esa misma cumbre; cuando ese presidente se marchó del acto entre la indiferencia general, y el líder del partido tuvo que abandonar la manifestación porque le insultaban los suyos.
En estos días, Moncloa ha celebrado el fracaso de ese intento de reflotar el independentismo callejero. Y Sánchez tiene buenos motivos para considerarse a sí mismo responsable de ese fracaso, entre otros, de sus socios parlamentarios de Esquerra Republicana de Catalunya. «El procés ha terminado», repiten en los despachos.
Se puede discutir qué ha provocado la progresiva desmovilización de quienes pusieron en marcha el procés. Moncloa considera que el único motivo ha sido la denominada «política de reencuentro» que puso en marcha el Gobierno, y que se ha sustanciado en los indultos, la eliminación del delito de sedición y la reducción de penas por malversación, entre otras concesiones al independentismo. ¿Es esta la única explicación? Es una explicación, pero quizá no sea la única.
La realidad actual es que no hay un nuevo ‘procés’ porque la grey independentista está dispersa, dividida y enfrentada
Se puede entender también que el procés no ha terminado ahora, sino aquel día de octubre de 2017 en el que Carles Puigdemont, entonces presidente de la Generalitat, proclamó la república independiente de Cataluña, pero la dejó en suspenso unos segundos después. Pudo terminar también días más tarde, cuando Puigdemont se fugó de España, en lugar de poner en marcha, de forma efectiva, esa nonata república. También pudo acabar cuando Rajoy, con el apoyo expreso del líder de la oposición Pedro Sánchez, aplicó el artículo 155 de la Constitución. O cuando el Tribunal Supremo juzgó y condenó a los líderes no fugados del procés.
Determinar cuándo terminó el procés resulta ser un debate interesante, aunque poco productivo a efectos políticos, en el que cada cual pondrá la fecha que mejor le parezca. Quizá sea más interesante realizar una labor prospectiva sobre lo que pueda estar por venir. La realidad actual es que no hay un nuevo procés en marcha porque la grey independentista está dispersa, dividida y enfrentada.
Y porque en Moncloa hay un gobierno de coalición en el que un partido, el PSOE, se muestra extraordinariamente dadivoso con el soberanismo, y en el que el otro partido, Podemos, es directamente partidario del derecho de autodeterminación. Pero la experiencia de cuatro décadas de democracia nos recuerda que los partidos catalanes saben elegir el momento para atacar y el momento para replegarse. Ahora les toca replegarse, pero solo para coger impulso.
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