No se resistió lo suficiente, no se defendió con uñas y dientes por evitar que sucediera… A menudo la retórica en torno a las víctimas de violaciones vira hacia un discurso que las culpabiliza por no haber hecho lo suficiente para protegerse de su agresor. La falta de consentimiento se ha vinculado en más de una ocasión a la presencia de violencia o no en la agresión sexual, pero la neurociencia demuestra que hay una explicación científica para aquellos casos en los que las víctimas quedaron paralizadas cuando eran violadas.
Un estudio del University College de Londres (UCL) demuestra que, ante una amenaza, la respuesta del cerebro puede incluir el bloqueo de los circuitos neuronales encargados del control voluntario del movimiento del cuerpo. Es decir, que ante una situación de peligro como puede ser una violación, en lugar de defenderse, lo que puede ocurrirle al cuerpo es que se quede “completamente congelado o inerte”.
“Los argumentos a favor de la defensa en casos de violación y agresión sexual a veces malinterpretan la ausencia de resistencia como una indicación de consentimiento. Pero si la víctima está inmóvil involuntariamente, este argumento es incorrecto”, sostiene la investigación, publicada este lunes en la revista Nature Human Behaviour.
En el estudio, el profesor Patrick Haggard y Ebani Dhawan, exestudiante de la UCL, detallan la base neurocientífica de estos casos de parálisis con el objetivo, sostienen, de que sirva como evidencia científica para evitar culpabilizar a las víctimas de violaciones por no haber luchado contra sus atacantes. Según señalan, si se cree que en torno a tres de cada diez mujeres han experimentado una agresión sexual a lo largo de su vida; el 70% de ellas se quedó congelada sin poderse moverse o gritar.
“Esperamos que esto pueda ayudar a prevenir la culpabilización inapropiada de las víctimas y a llamar potencialmente la atención de la sociedad sobre la crucial importancia del consentimiento activo”, afirma Haggard.
Contra los estereotipos de lo que es una “víctima real”
En ese sentido recuerdan casos de juicios reales, como uno ocurrido en Australia en 2018 en el que el abogado defensor del acusado cuestionó a la víctima por no mostrar signos de resistencia, para subrayar que ya hay múltiples estudios en los que se ha demostrado que muchas víctimas aseguran que no pudieron moverse o gritar durante la agresión, “incluso cuando no estaban físicamente limitadas”.
La “pérdida de control” es algo que, según aseguran los autores del estudio, ya ha sido reconocido por la ley “durante mucho tiempo” para reducir la responsabilidad en situaciones concretas, como trastornos del sueño o la manipulación coercitiva.
“Tras revisar las pruebas neurocientíficas, sugerimos que se tenga la misma consideración con la inmovilidad involuntaria durante una violación y una agresión sexual”, pide el profesor Haggard. Todo ello para, según defienden, que los tribunales dejen de cuestionar el consentimiento de las víctimas en base a “estereotipos no probados sobre cómo se comportaría supuestamente una víctima ‘real'”.
Con todo, asumen que las violaciones son conductas delictivas muy complicadas de estudiar directamente. “Los estudios en animales solo pueden ofrecer una visión limitada de cómo la inmovilidad en respuesta a la amenaza podría afectar el control de la acción voluntaria humana”, subrayan.
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