¡Din don… la IA llama a su puerta!

Una persona que dice representar a alguien muy importante le pide cita a una actriz tan famosa como olvidada (no tiene Instagram ni TikTok) para hacerle una oferta de trabajo. Ella, con una lujosa vida interior, vive en una destartalada casa a las afueras de un pueblo dormitorio que mira a la sierra, cerca de la capital, cuya capa de smog reverbera en el confuso horizonte.

El personaje insiste pero ella pasa de visitas y de ofertas, ha conseguido cierta autarquía: una habitación propia; dóciles perros diabólicos; ocas, ánades, gansos, gallinas, un huerto siempre a medio hacer. También carga un rifle herrumbroso con el que tirando a bulto ha derribado las antenas del búnker de un vecino. A veces dispara a los remotos aviones que fumigan las nubes. Solo una vez apuntó a un animal porque lo confundió con un hombre.

Su antiguo agente, que ya no ejerce, ha insistido en que reciba al visitante, que escuche su propuesta. Ella ha perdido la costumbre de hablar con extraños. Pero en estas soledades agrestes intuye que la realidad es tan porosa como el átomo, y que la curiosidad, fuera de patologías que en su caso descarta, no puede ser gratuita: o sea, que si le pica será por algo. Consiente pues en hablar con el emisario siempre que sea en el jardín, áspera rastrojera con matorrales, cardos y herramientas oxidadas. Los perros no los sueltes, insiste por teléfono el agente, que juró que nunca volvería a esta finca, y así lo hace.

El visitante, un anciano feliz, es muy amable, pero se niega a hablar al aire libre. Lo que tiene que decir es reservado. Ella le hace entrar en una cuadra que –se disculpa–, es el salón, tan austera y desprejuiciada es su vida. Dichoso el que se retira de aqueste mundo malvado, etc. Este verso lo ha citado el anciano, y ella, quién se resiste, lo ha acompañado, el recitar a dúo une mucho.

El anciano rapsoda dice que representa a una IA creada para hacer el bien que ya controla discretamente el 80% del planeta, incluyendo la tecnología de los países avanzados. Nadie lo sabe –añade–, pero muchos lo sospechan: ese recelo explica la extraña carta de mil expertos y emprendedores billonarios pidiendo una moratoria de seis meses en el desarrollo de inteligencia artificial.

–Tienen la mosca detrás de la oreja –añade el anciano emisario–, pero llegan tarde.

La anfitriona se aburre un poco pero concede un minuto más, quizá en atención a la edad y noble porte del rapsoda, que aguanta sin pestañear la torva mirada y el aliento de los perros.

El hombre prosigue y dice que esa IA se limita, de momento, a hacer pequeños gestos, y pone de ejemplo la filtración de documentos del Pentágono que se ha achacado a un soldado. La IA ha hecho ese “gesto” para camuflar en los informes cierta información que cuando la descifren los que la pueden interpretar se apresurarán a sellar la paz en Ucrania y en otros conflictos.

La actriz se interesa por la detención del soldado filtrador: argumenta que si la IA ha sido creada con buenos propósitos debería evitar al recluta las décadas de cárcel que le van a caer por su culpa, a lo que el emisario responde que, en efecto, el chaval será liberado en breve.

Luego el emisario transmite a la diva asilvestrada la oferta laboral objeto de su visita y que consiste en que ella sea la portavoz de la IA cuando, una vez que haya mejorado diversos aspectos del mundo, se presente oficialmente ante la población para explicarlo todo.

–Qué tontería –exclama ella, disimulando un bostezo.

La IA –dice el anciano–, reconoce que ha probado a comunicarse usando a personas creadas por ella y que el ser humano detecta enseguida que son sintéticas y desconfía del mensaje.

–Pues sí que es floja su IA si no sabe crear un rostro humano.

–Eso pensé yo –responde el emisario–, pero se ve que crear un rostro humano natural, es lo más difícil. Y por eso estoy aquí.

–Vaya trabajito de mierda –dice ella, poniéndose en pie (y los perros con ella). Al ver que el emisario no se levanta, pregunta: –¿Y por qué yo? Con la de actores y actrices que hay en el mundo.

–La IA ha hecho muchas pruebas…

–¿Un casting?

–Más o menos –dice el emisario–, el casting más grande que se ha hecho nunca. Tenga en cuenta que ella accede a los dispositivos de toda la población. Millones de personas han votado… sin darse cuenta, claro.

–¿Y?

–Ha salido usted.

–¡¿?!

–Así pues, he venido a rogarle que acepte, las condiciones son estupendas… las que quiera usted.

–Vale –dice ella–, me siento halagada y confundida… pero no me lo creo.

–¡Oh!

–¡Cámara oculta!

–Le juro que todo es verdad.

–Dígale a su IA que, en todo caso, cuando salga libre el soldado lo pensaré.

–Pero…

–No me creo nada, pero si lo sueltan y dicen que ha sido un error, vuelva usted a verme.

–Espere –el anciano se toca el auricular, se ruboriza un poco y dice–, ¡ya lo han soltado! Encienda la tele.

–No tengo.

–¿Le puedo pasar directamente con la IA y habla usted con ella?

–Ni de coña.

–Oiga –se derrumba el emisario–, no puedo volver con las manos vacías.

–No vuelva –dice ella.

–¿Y qué hago?

–¿Sabe cortar leña?

–Claro –dice él.

–¿Y disparar?

–¡Sí!

–Pues quédese.

–Y qué le digo a… (señala el auricular).

–Ya pensaremos algo –dice la diva–, o que lo piense ella, que para eso es tan lista.

Enlace a la encuesta de Oracle en el que el 45% de los directivos en España preferiría que una IA tomara decisiones en su lugar.