Despolaricémonos sin excesos

¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

Sucede que el sistema político nos está cambiando y la forma principal en que lo hace es debilitando o activando nuestras identidades políticas y utilizando la energía catalítica que se desprende para que contribuyamos, votemos, leamos, odiemos, compartamos o, en general, estemos cabreados. Así que, incapaces como somos de anular el poder que las identidades tienen sobre nosotros, al menos podríamos tener en cuenta su multiplicidad para distinguir las organizadas y promovidas por coaliciones que están dotadas de un aparato que permite definirlas, vigilarlas y activarlas. En todo caso, es posible evadirse de esa superestructura poniendo suficiente empeño y dedicación, como escribe Ezra Klein en su libro Por qué estamos polarizados (Capitán Swing Libros, Madrid, 2021).

La inminencia de las elecciones generales inflama el área política, cunde la queja contra la polarización, aflora una añoranza de los tiempos del cuplé constitucional. Pero, por esa pendiente, es fácil deslizarse hacia la patología del encubrimiento. Aunque por uno y otro lado se empieza a presentir que la forma de salir del encono fanático sería acudir a la fórmula de la gran coalición. Los analistas más finos tienen la impresión de que sería una coalición a la defensiva, con rendimiento muy desigual para uno y otro partido. Se oscila entre dos posiciones. De una parte, la de los que sostienen el ritornello de los pactos de Estado, que se receta para cualquier problema que tenga cierto calado en las áreas más diversas –política exterior, alianzas militares, selección de balonmano o casa de la cultura en Hiendelaencina (Guadalajara)–. Recordemos la temporada en que cada mañana Zapatero, cuando estaba en la oposición, proponía un pacto: el pacto antiterrorista, el pacto por las libertades, por la educación, por la justicia y, de ahí, en adelante.

Por uno y otro lado se empieza a presentir que la forma de salir del encono fanático sería acudir a la fórmula de la gran coalición

Hubo pactos muy importantes, como el constitucional o los de la Moncloa, que se firmaron en una situación mucho más dura con un índice de inflación que se acercaba al 30%. Pero había una diferencia, las actitudes eran distintas. El problema es que después del consenso llegó el cansancio y que la abominación del acuerdo dio paso al desencanto. Una vez más, se averiguó que no hay venenos, hay dosis. Mi opinión es que el conflicto en política, bien administrado, es iluminador. El público se entera de lo que está pasando cuando hay un conflicto. Una superficie apacible puede ser engañosa y encubrir que esté pasando cualquier cosa de la que permanecemos ignorantes. Pero, cuando el antagonismo estalla, resulta ser luminoso. Es lo que sucede con el arco voltaico en la máquina de proyección del cine. Porque cuando el ánodo y el cátodo se colocan a la distancia conveniente salta la chispa quepermite ver la película al público que llena la sala. Así que el antagonismo, la diferencia de potencial entre ambos polos es esclarecedor, cuando no llega a la barbarie, evita que se produzca la penumbra tan habitable y tan cómoda, o tan corrupta, que suprime todo antagonismo. Continuará.