La sociedad evoluciona más rápido de lo que aparenta y las cadenas de televisión no pueden ir muy por detrás. Ante la fragmentación de contenidos audiovisuales en las multipantallas que nos acompañan a diario, ya no basta con el dato de audiencia del día después y, también, es importante alcanzar un sello propio de cadena con la que el espectador se siente orgulloso. Y la defiende, comenta a su familia y recomienda a sus amigos y en el ascensor si hace falta.
Quién ve ya la tele, dirá algún lector al llegar a este punto. Todos. Desde hace unos años, la tele no sólo se disfruta por la tele. Es más, hay gente que dice que no ve la tele y se pasa el día consumiendo televisión: en TikTok, en Netflix… En el móvil, en el ordenador… Estamos rodeados. Las plataformas bajo demanda y las redes sociales crecen desde la televisión de siempre. De hecho, se necesitan mutuamente. La televisión simplemente evoluciona a la vez que la tecnología, cosa que llevan haciendo los medios desde que existe la comunicación.
Y ahora la tele se ha multiplicado en una marabunta de impactos audiovisuales. Una nueva oportunidad para las cadenas clásicas, esas que se consumen de forma lineal, pues cobran más sentido como gran escaparate donde el espectador se deja llevar para ver qué le proponen sin necesidad de lanzarse al vacío de buscar. Una especie de vitrina que presenta la oferta ya cribada y ordenada de manera atractiva, lista para acompañar a un público que siente que tiene tanto donde elegir que, a menudo, se pierde y necesita a las cadenas tradicionales como un faro premium que ilumina lo relevante y, además, atesora la capacidad de ser la ventana a la actualidad en directo que nos toca más de cerca.
Pero, en la era de los contenidos bajo demanda, esa misma audiencia no quiere mareos. El truco de estirar un programa hasta las tantas para que suba la cuota de pantalla es castigado por el espectador de calidad, ese al que deben aspirar las cadenas para crear una comunidad de afines que se quedan a diario. Porque tan importante como ver el inicio estelar de un show es verlo acabar. Mejor si es con un primer plano emocional que te invita a volver.
En este sentido, los programas con una duración coherente a su contenido son más competitivos. El público premia las historias que no dan rodeos de guion y que intuye cuando empiezan y cuando terminan. Para lograr esta premisa, es vital crear con paciencia citas de programación. En la televisión que va y viene, siempre gana puntos el canal que no mueve cada día los horarios y sus franjas están asentadas. Una noche para un documental de estreno, una noche para un reality, una noche para un show de entrevista, una noche para la ficción. Escuchar el título de ‘Cuéntame cómo pasó‘ es pensar en el prime time del jueves, por ejemplo.
Los canales de televisión en directo, los de toda la vida, deberán fortalecer citas de prime time que reúnan a su audiencia frente al televisor a través de una rutina propia que el público identifica sin necesidad de pensar demasiado. En la batalla de los nuevos consumos, las televisiones deberán crear una alianza de compromiso con el espectador: si mareas, te acaban dejando. La contraprogramación suena demodé.
Y para conquistar, la línea visual de las cadenas es definitoria. No puede descuidarse. La audiencia agradece un plus de elaboración que marca la línea de diferencia entre la experiencia que recibes en las redes sociales de la que te otorga asistir a los medios tradicionales. La autoría es una gran aliada. El espectador acude a autores con carácter en los que confiar. Más aún en un momento en el que se encuentra tanto contenido anónimo y que repite mismos clichés.
Las cadenas tradicionales que mejor sobrevivirán serán las que sepan dotar su programación de profesionales representativos, que se asocian a la imagen de marca del canal, tanto comunicadores como realizadores y creadores, lo que llaman los norteamericanos ‘showrunner’.
En España esto de diseñar un imaginario de personas asociadas a un canal lo han tenido muy claro en los últimos años en cadenas como Telecinco o La Sexta. Hacer familia. Subrayar lo que te hace relevante e intentar desactivar aquello que te empuja a ser replicante. Difícil tarea en una época en la que se crea, conecta, consume y olvida todo tan rápido que parece misión imposible salirse de la corriente del retuiteo feroz.
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