¿Cocinar en casa? Ya no

La afición de cocinar en casa, que se estaba poniendo tan de moda entre los hombres que se estaban aficionando a ese arte, parece que va a tener una vida corta. No me refiero, por supuesto, a los superchefs que seguirán con sus viajes interparlamentarios en busca de estrellas, no. Esos continuarán en su empeño por crear platos originales, sobre todo bien decorados e inaccesibles a la inmensa mayor parte de las economías.

Son las nuevas tecnologías, bien inspiradas por los inversores sobrevivientes a la crisis de la pandemia, las que están saliendo al paso a las servidumbres del teletrabajo y a las premuras del tiempo para cumplir el rito del almuerzo en familia. Los restaurantes convencionales, cada día más convertidos en cadenas de producción industrial que uniformizan las ofertas, se han anticipado a incluir en sus menús el servicio a domicilio.

A domicilio o a la oficina o al propio andamio. Es muy fácil, la fórmula reduce horas que luego pueden acumularse a las vacaciones y, además, se amplía la oferta del menú a elegir, que diligentes repartidores sirven aún caliente. Los supermercados, que también están alerta, no han tardado en reaccionar y no esperan a que los clientes acudan a realizar sus compras, que luego ya en casa se convierten en un engorro al colocarlas en las neveras. En lugar de estanterías con productos están colocando mesas para consumir in situ.

En EEUU, que siempre va por adelante en esto de liquidar tradiciones y aprovecharse de lo más práctico que ofrece la tecnología, ya han dado un paso más: los restaurantes han colocado en sus fachadas taquillas de suministro, similares a las cajas de los bancos, donde los clientes hambrientos pulsan la hamburguesa o hasta el chop suey para los aficionados a la comida china, que tirando de tarjeta pueden ir comiendo en el acto tranquilamente por la calle.