Vestida con vaqueros, deportivas y una camisa informales nos recibe en una céntrica oficina de Madrid. La soprano nacida en 1989 en los Países Bajos ha venido, en un viaje fulgurante, a promocionar dos ‘cedés’ (sí, aún se llevan), Songs of Love and Exile, y This is not a lullaby en el que cuenta su experiencia personal de la maternidad, del vínculo inquebrantable entre madre e hijo y de su herencia cultural judeo-oriental a través de composiciones de su padre, de Weinberg y de Taverner; y a desentrañar el concierto que ofrecerá hoy en el Auditorio malagueño Edgar Neville junto con la Joven Orquesta Barroca de Andalucía (bajo la dirección musical de Salvador Vázquez). De paso, a dejar volar su prodigiosa voz en un pequeño e íntimo ‘bolo’.
La historia de Channa (pronúnciese Hanna, con hache aspirada) comienza con sus padres, como la de todos los seres humanos, pero en su caso con cierto regusto paralelo al devenir europeo, cuando aún teníamos que aprendernos eso de la antigua Unión Soviética: su madre es de Ucrania, su padre de Georgia. Corrían los años 70 y ambos se largaron a Israel, aquí se conocieron, decidieron irse y afincar sus destinos en Holanda… Y apareció Channa.
“No era para nada rebelde. Me encantaba estudiar, era un poco ‘friki’ en el colegio, sí. Mis dos padres son músicos, así que me inculcaron el amor por la música desde muy pequeña. A pesar de eso, me interesaba mucho dibujar, leer historias… También empecé a componer canciones a una edad muy temprana. Básicamente, quería ser una Spice Girls [risas]. Pero mi infancia fue muy feliz y cálida. Vivía cerca de mis abuelos y hacíamos muchos planes en familia”, cuenta la artista.
Antes de conversar con ella con más detalle, pongamos sobre la mesa algunos de los hitos de esta voz que despierta elogios por los escenarios que pisa. Debutó a los 16 años como Barbarina (Le Nozze di Figaro) en la Ópera Nacional de Holanda y entre otros papeles de ópera que ha interpretado se encuentran Despina (Casi fan tutte), Zerlina (Don Giovanni), Charite (Cadmus et Hermione) y Eve (In the Beginning, estreno mundial de Carlijn Metselaar). Siempre sonríe, qué maravilla, se la nota a gusto consigo misma.
Creo que en la vida se trata de pasarlo bien y no de ceñirse a más reglas”
Intento encontrar la manera de que la gente conecte con la música clásica sin intelectualizarla”
La perfección no existe. Y tratar de dar con ella solo hace que te ofusques, que te enfades contigo misma y dejes de ser feliz”
Hay que luchar por la excelencia, pero no por la perfección”
Quizás la música clásica no es terapia como tal, pero desde luego es más barata”
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