En la misma semana, Isabel Díaz Ayuso ha sido invitada estrella de MasterChef y Got Talent. Como era de esperar, la presencia de la presidenta de la Comunidad de Madrid en estos dos espacios de horario de máxima audiencia ha provocado la indignación de las redes sociales. Paradójicamente, ese mismo enojo era el que hace unos años frenaba a los propios políticos a acudir a realities o talent shows. Tenían miedo a que su paso por estos espectáculos de variedades proyectara en ellos una imagen frívola, que podía afectar a la credibilidad de su capacidad de gestión.
Pero la política se ha teatralizado tanto en los últimos tiempos, que la participación en el brilli-brilli de la tele no despierta las mismas dudas que antaño a los asesores políticos. Sobre todo si los estrategas buscan que el espíritu crítico de sus votantes salte por los aires para construir una consistente comunidad de fans. Para alcanzar este objetivo, algunos tal vez piensen que es mejor posicionar a los políticos como si fueran influencers. Mucho slogan simple, mucho posado, mucho evento.
Da igual los resultados de su acción de gobierno, su simpatía se basa en que no crean indiferencia. Por eso mismo, pueden acudir a la tele con la seguridad de que no se van a despeinar. Al contrario, salen públicamente más fortalecidos porque en programas como MasterChef y Got Talent nadie les va a cuestionar periodísticamente y se muestran muy humanizados al ser tratados con el salero de niños y la distensión folclórica de los famosos. “¡Viene de color azul!”, gritó Boris con su espontaneidad, mientras Mario Vaquerizo aplaudía la llegada de Ayuso. Como si fuera una estrella de Hollywood.
Pero… ¿son los políticos celebrities? ¿Deben ejercer como tales por ocupar o haber ocupado un cargo público? Los límites se difuminan en la época de las redes sociales y predicadores streamers. Quizá en algún momento nos cueste distinguir una sesión de debate en el Congreso con la trifulca de las cocinas de MasterChef. Quizá ya está sucediendo, de hecho. Sin embargo, las audiencias delatan que no es tan reclamo ver a un rostro político en un show de entretenimiento televisivo. No despierta tanto la curiosidad, a pesar de que esté fuera de su área de confort y, sin el guion del discurso oficial, quede más en evidencia cómo es en realidad. Este jueves, ‘MasterChef especial Navidad‘ se quedó en un pobre 7,4 por ciento de share. Ni siquiera superó la barrera del millón de espectadores en una noche de baja competencia. El anuncio de la aparición de Ayuso no movilizó expectación extra.
Al final, el público está saturado porque la política ya parece por sí misma un reality que lo impregna todo. Y no, no todo puede funcionar con los mecanismos de un reality que es un simple divertimento. La política nos afecta y tiene que ver con complejidad, responsabilidad y rigor, no con ser reyes del foco de las varietés. Aunque, por instantes, se nos esté olvidando.
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