Las ondas en el estanque

Una de las imágenes que describen nítidamente las repercusiones de cualquier acción en el escenario geopolítico actual es el de las ondas que se producen en un estanque cuando lanzamos una piedra; es cuestión de más o menos tiempo que esas ondas se propaguen y acaben alcanzando todas las orillas con más o menos velocidad e intensidad. Si en vez de una sola piedra lanzamos varias a intervalos aleatorios, vemos cómo unas ondas alcanzan a otras, en unas ocasiones sumando movimientos y, en otras, contrarrestándolos.

Vamos a considerar cinco ‘piedras’ que han sido arrojadas al estanque recientemente. La primera es el acuerdo para restablecer relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán con la mediación de la República Popular China (RPC). La segunda es el cerco creciente a la exportación de tecnologías de última generación a China por parte de algunos países próximos a los Estados Unidos (Holanda, Japón, Alemania…).

La tercera, la declaración de intenciones de Corea del Sur con la aparente aquiescencia de Estados Unidos para hacerse con armas nucleares de fabricación propia. La cuarta es la decisión estadounidense de proporcionar submarinos nucleares de ataque clase Virginia a Australia dentro del cerco a la RPC que supone la alianza AUKUS, acrónimo de Australia, Reino Unido y Estados Unidos. Y la quinta y última, la decisión de proporcionar aviones de combate MIG 29 con aviónica OTAN a Ucrania por parte de Polonia y Eslovaquia, anuncio que ha coincidido en el tiempo con la visita del presidente Xi Jinping a Moscú ayer.

Todas y cada una de esas ‘piedras’ tienen suficiente relevancia como para alterar alianzas, marcar posturas de fuerza, escalar las tensiones en distintas partes del mundo y, en definitiva, aumentar el riesgo de una confrontación a gran escala que puede llegar a iniciarse en el cualquier lugar (el Ártico, el estrecho de Ormuz, el sur del mar de la China o el mar Negro).

Pensar estratégicamente requiere tener una idea clara desde el punto de vista geopolítico del estado final deseado, y de los tiempos, las formas y los medios necesarios para alcanzarlo. Especialmente, significa ser capaz de controlar los niveles de competición entre grandes potencias manteniéndolos por debajo del umbral de lo agresivo-lesivo, de tal forma que la suma de distintas acciones y reacciones no llegue a constituir el casus belli que algunos parecen desear, provocando el desencadenamiento de la trampa de Tucídides, expresión del politólogo estadounidense Graham T. Allison que describe las acciones -bélicas- para mantener el statu quo que emprende un poder dominante aunque en declive contra una potencia emergente que pretende alcanzar la hegemonía persiguiendo sus propios intereses.

Es la finura de los estadistas y su visión lo que disminuye la confrontación, estabiliza la competición y busca zonas comunes de cooperación, que las hay. Si faltan estadistas, los mediocres suelen conducir a la guerra a sus naciones en nombre de lo que no saben y provocando unas consecuencias que son incapaces de dimensionar.