Sumisión o cese

Decía nuestro amigo Onésimo Anciones que las noticias no vienen a la redacción; que están en los bares. Siguiendo esa consigna desde el semanario Posible, en la calle Jorge Juan casi esquina con Castelló, andábamos merodeando por los bares de alrededor y así fue como un mediodía en Casa Poli, a la altura de junio de 1974, nos enteramos en rigurosa exclusiva por uno de los facultativos, que venía del Palacio de El Pardo de reconocer a Franco, de que al general le había sido diagnosticada la primera tromboflebitis que lo trajo a mal traer.

Sin hacer ademán alguno, salimos sigilosamente del local y nos fuimos a El Pardo para observar si se detectaba algún signo externo de alteración. Pero todo parecía en su sitio. Aunque esa imperturbabilidad pronto se vio alterada y aquel boulevard paralelo a las tapias del palacio se fue convirtiendo en lugar de cita de periodistas y curiosos, mientras los restaurantes como La Marquesita o el Mesón del Gamo hacían su agosto y Telefónica emplazaba un remolque dividido en cabinas telefónicas para facilitar las comunicaciones, porque todavía estaban por inventarse los teléfonos móviles.

En pocos días las tapias del palacio acabaron sirviendo de respaldo a los chiringuitos característicos de las ferias y romerías donde se vendía azúcar de algodón, almendras garrapiñadas, piruletas, helados y papeletas de tómbolas diversas. De todo, excepto casetas de tiro al blanco. Hasta que un día todas fueron arrumbadas por los efectivos del regimiento de la Guardia de Palacio.

Ahora, en las proximidades del Congreso de los Diputados, en vísperas de la moción de censura que presenta el grupo parlamentario Vox con Ramón Tamames como candidato a la presidencia del Gobierno, se observa un ambiente parecido de feriantes.

Además, entre los analistas cunde el desconcierto surgido por la confesión de invalidez que adelanta el grupo proponente, al declararse incapaz de encontrar entre sus cincuenta y dos diputados un candidato que presentar, que tampoco aparece entre quienes ocupan cargos orgánicos en el partido, de manera que han tenido que salir a los caminos para buscar alguien, como Ramón Tamames, que aceptara desempeñar ese papel.

Así que, a escasos meses vista de las elecciones legislativas previstas para la primera quincena de diciembre de 2023, esa confesión de invalidez que adelanta Vox equivaldría a una renuncia mayor que beneficiaría al Partido Popular y supondría un llamamiento a la hueste de la derecha, a la que señalaría que el único voto útil sería el que fuera entregado al PP, dado que las papeletas de Vox serían computadas a favor de quienes habrían desertado de entrar en la competición.

Entre tanto, conviene señalar la agradable y esperanzadora contradicción que presentan las páginas del diario El País que ofrecen la adhesión más inquebrantable a Sánchez, cuando de improviso incluyen una columna con la crítica más certera y mejor argumentada a determinadas políticas de su Gobierno.

Así, por ejemplo, sucedió el jueves 23 de febrero con la columna de Nicolás González Cuéllar Serrano publicada en la página 15 de la edición impresa, titulada Matar al mensajero, que desmontaba de manera impecable la campaña salvaje que el periódico había emprendido contra la sala segunda del Tribunal Supremo. Otro ejemplo fue la doble página titulada Retrato de la politización institucional, donde analizaba la colonización de instituciones como el CIS, el Tribunal Constitucional, las televisiones públicas, el INE y la CNMV. Donde la alternativa parece ser: sumisión o cese.

Los amigos del PSOE, cuando se les reprocha su comportamiento, aducen que el PP hacía lo mismo, sin tener en cuenta que ese argumento no les concede indulgencia plenaria y que les votamos para que hicieran exactamente lo contrario. Atentos.