Una ley pionera en el desencuentro

En febrero, cuando la ley de bienestar animal comenzaba su andadura, me contaban en el Ministerio de Derechos Sociales que había sido la norma más difícil de gestar, más que otras a priori más relevantes, y que esperaban que estuviera a pleno rendimiento para 2023.

Presenciando las últimas idas y venidas, se antoja imposible que vea la luz. “Visos de vodevil” es la expresión que emplea mi compañero Daniel Ríos para explicar la serie de catastróficos desencuentros que ha conducido a que la que sería la primera norma de protección animal de ámbito nacional, de no salir adelante, siga siendo pionera, pero por ser la primera vez que un proyecto de ley pactado por el Gobierno se descalabra por diferencias entre PSOE y Unidas Podemos en la tramitación parlamentaria.

La ley avanza excluyendo a los perros de caza (también a los de pastoreo o las aves cetreras), con los votos de Unidas Podemos, que asegura estar dando así tiempo a su socio en el Gobierno para que rectifique. Avanza como un barco sin timón destinado a embarrancar. De aprobarse con esa exclusión, nacería inservible. Un fracaso. Resulta preferible, más honroso, dejar que se hunda de una vez y retornar al astillero.